
Los 10 pueblos más bonitos de la provincia de Valencia
Valencia, esa tierra de luz inagotable y alma mediterránea, esconde entre montañas, valles y huertas una belleza que va mucho más allá del bullicio de sus playas o la fama de sus festividades. En su interior, alejados del turismo masivo, florecen pueblos que han sabido conservar su esencia, su historia y la calidez de una vida sencilla. Valencia no busca brillar con estridencias: lo hace con la autenticidad de sus paisajes, la riqueza de su arquitectura popular y la nobleza tranquila de sus pueblos.
En estas tierras donde el tiempo parece detenerse, cada rincón es un testimonio vivo del pasado. Calles empedradas, plazas que invitan al sosiego, iglesias que custodian siglos de devoción, y un entorno natural que acaricia cada aldea con el rumor de fuentes, campos y montañas. Aquí, el tiempo fluye de otra forma, más serena, más humana, más conectada con lo esencial.
Recorrer los pueblos más bonitos de Valencia es descubrir una provincia diferente, íntima y sorprendente. Lugares como Bocairent, con su entramado de piedra excavado en la roca; Chelva, testigo de la convivencia de culturas; o Requena, con su aire vinícola y medieval, nos hablan de un pasado vivo que se entrelaza con el presente. A ellos se suman joyas como Chulilla, Ademuz, Anna o Ayora, que se alzan con naturalidad como guardianes de la Valencia rural más auténtica.
No es casualidad que varios de estos pueblos sean reconocidos por su valor patrimonial, por su entorno privilegiado o por la huella que dejan en quien los visita. Porque la belleza de Valencia no se impone: se descubre, se saborea, y permanece en la memoria.
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Recuerda:
Este es solo un punto de partida. La verdadera Valencia se encuentra en la diversidad de sus paisajes y en el alma de sus pueblos.
Cada rincón guarda una historia. Tómate tu tiempo para perderte, para mirar, para sentir.
Valencia es una provincia para vivirla con los cinco sentidos: en sus sabores, su arquitectura, su naturaleza y su gente.
¡Ven a Valencia y déjate conquistar por sus pueblos más bonitos!
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Cofrentes, uno de los pueblos más bonitos de la provincia de Valencia.
Pueblos que recomiendo visitar en Valencia
Ademuz


Descubrir Ademuz al caer la tarde, con sus casas colgadas sobre la ladera y el río Turia brillando abajo, fue una de esas sorpresas que no esperas y que se te quedan grabadas. Situado en pleno Rincón de Ademuz, una comarca enclavada entre Teruel y Cuenca pero perteneciente a Valencia, este pintoresco pueblo es sin duda uno de los más bonitos de la Comunidad Valenciana. Su ubicación aislada, entre valles verdes y montañas suaves, lo convierte en una joya del turismo rural.
Paseando por sus callejuelas empedradas te das cuenta de su historia viva: iglesias medievales como la de San Pedro y San Pablo, restos del castillo en lo alto de la colina, y casas señoriales que cuentan siglos de historias. A mí me atrapó especialmente la tranquilidad que se respira, ese ambiente auténtico que no encuentras en destinos masificados.
Uno de los rincones que más me impresionó fue la zona del río, donde el Turia serpentea entre huertas y campos de lavanda. Hay rutas de senderismo como la Ruta del Agua, ideales para conectar con la naturaleza y descubrir antiguos molinos, fuentes y miradores.
Además, Ademuz celebra fiestas llenas de tradición como la de San Vicente Ferrer o las romerías a la ermita de la Virgen de la Huerta. Si tienes la suerte de visitarlo en verano, los colores del atardecer sobre las fachadas de sus casas colgadas ofrecen una postal inolvidable.
Ademuz sigue siendo uno de esos lugares que, por suerte, aún conservan su esencia intacta.
Ayora


Recorrer las calles de Ayora fue como abrir un libro en voz baja. En cada rincón, las casas, la gente y el paisaje te cuentan algo. Lo que más me sorprendió fue el equilibrio entre su entorno natural y el carácter acogedor de quienes viven allí: te hacen sentir parte del lugar desde el primer momento.
Uno de los grandes tesoros del municipio es su patrimonio natural único en España. Visitar las pinturas rupestres del Abrigo de Tortosilla o el Poblado Íbero de Meca fue como asomarse a miles de años de historia, y hacerlo con visitas guiadas adaptadas para familias hace que todos puedan disfrutarlo.
Exploré también la Ruta del Agua y el Camino de la Reina, dos caminos sencillos, llenos de vegetación y miradores. Me pareció increíble cómo el paisaje va cambiando a medida que avanzas, regalándote rincones que se quedan en la memoria.
Dentro del núcleo urbano, me dejé llevar por la Ruta del Hilo Rojo, un recorrido que conecta monumentos, plazas y secretos culturales del pueblo. Es la mejor forma de entender la historia de Ayora mientras paseas sin prisa. Y si hay algo que no debes perderte es el Centro de Interpretación Apícola: allí entendí por qué la apicultura es parte esencial de la identidad local, y además, el entorno natural que lo rodea es simplemente espectacular.
Bocairent


Ver el casco antiguo de Bocairent encaramado en la roca, con sus callejuelas estrechas y casas de piedra, fue como viajar a otra época sin salir del presente. Situado en el corazón de la Vall d’Albaida, a los pies de la Sierra Mariola, este pueblo valenciano no solo impresiona por su arquitectura tallada en piedra, sino por el alma que se respira en cada rincón.
Caminar por sus calles empedradas es como adentrarse en un laberinto medieval. El barrio islámico, perfectamente conservado, está lleno de pasadizos, escaleras talladas y portales que cuentan historias de siglos pasados. Me fascinó la sensación de que el tiempo se había detenido allí, en ese casco antiguo que se aferra a la montaña como si desafiara la gravedad.
Uno de sus mayores tesoros son las Covetes dels Moros, cuevas-ventana excavadas en un acantilado que miran al valle. Subir a ellas es una experiencia única, mezcla de aventura y descubrimiento. Y por si fuera poco, Bocairent también presume de tener una plaza de toros excavada en la roca, probablemente la más singular de toda España.
La vida cultural es otro de sus puntos fuertes: sus famosas Fiestas de Moros y Cristianos, celebradas en febrero, llenan el pueblo de música, pólvora y tradición. Y en primavera, el Mercado Renacentista transforma sus calles en una auténtica escena de época.
Buñol


Seguramente cuando escuchas hablar de Buñol lo primero que te viene a la cabeza es La Tomatina, y no es para menos. Esta fiesta, declarada Fiesta de Interés Turístico Internacional, ha dado la vuelta al mundo. Pero vivir Buñol es mucho más que lanzarse tomates en agosto: es sumergirse en su historia, su paisaje, su cultura y su gente.
Situado en la comarca de la Hoya de Buñol, a apenas 40 kilómetros de Valencia, este pueblo combina un casco antiguo con sabor medieval, un entorno natural lleno de fuentes, cuevas y barrancos, y un patrimonio arquitectónico y cultural sorprendente. Pasear por sus calles, cruzar el Parque de San Luis o sentarse junto a una de sus más de veinte fuentes es conectar con una forma de vida pausada y auténtica.
Uno de los lugares que más me impactó fue el Castillo de Buñol, dividido en recinto militar y residencial. Dentro, el Palacio Mercader y la Casa Señorial acogen el museo arqueológico y el punto de información turística. Junto a esto, la Iglesia del Salvador, el Palacio Gótico o la Iglesia de San Pedro Apóstol son paradas obligatorias para los amantes del patrimonio.
Pero Buñol también sorprende por lo insólito. Aquí se encuentra un cementerio masónico con más de 40 tumbas de maestros masones, toda una rareza cargada de simbolismo que habla de libertad, pensamiento y resistencia.
Y si algo enamora del entorno, es la Cueva Turche. Una cascada de 60 metros que cae sobre un lago rodeado de un anfiteatro natural de roca. El Parque Fluvial, el Barranco de Carcalín o el Parque Planell son otras joyas naturales donde desconectar, bañarse o simplemente respirar.
La historia de Buñol también se ha forjado con esfuerzo: desde la represión y posterior repoblación tras la expulsión de los moriscos, hasta su industrialización basada en el papel y el cemento. Hoy, su economía se diversifica apostando por el turismo sostenible, el medio ambiente y la gastronomía.
Y hablando de gastronomía, aquí se come con contundencia y sabor. Desde sus embutidos tradicionales hasta platos de monte como los gazpachos o la «olla podrida». Pero si hay un plato que define a Buñol, es el mojete, protagonista en la noche previa a la Tomatina.
Chelva


Situada a unos 68 kilómetros de Valencia, en plena comarca de Los Serranos, Chelva es uno de esos lugares que invitan a pasear despacio, a dejarse sorprender por cada esquina. Forma parte de la mancomunidad del Alto Turia y está rodeada de un paisaje de sierras, manantiales y barrancos que le dan un carácter único.
Caminar por su Centro Histórico, declarado Bien de Interés Cultural, es como hojear un libro de historia en voz baja. Las huellas de las culturas que pasaron por aquí siguen vivas en sus barrios. El Barrio musulmán de Benacacira, fundado en el siglo XI sobre un peñasco, mantiene su estructura original: un laberinto de callejones en fondo de saco, pasadizos y adarves que le dan un aire mágico. No es raro ver turistas perdiéndose entre sus muros blancos, sintiendo el misterio de un lugar que ha visto pasar los siglos.
Junto a él, el arrabal mudéjar-morisco, la judería y los barrios cristianos medievales forman una red que refleja la convivencia de culturas en tiempos pasados. Uno de los rincones que más me emocionó fue la antigua mezquita de Benaeça, convertida en la Ermita de Santa Cruz. Su historia, su sencillez y su autenticidad la convierten en uno de los pocos ejemplos de Mezquita de Tolerancia que quedan en la Comunidad Valenciana.
Entre tanto patrimonio, destaca también la Iglesia Arciprestal de Nuestra Señora de los Ángeles, una joya del Barroco Valenciano con dimensiones catedralicias y un campanario que guarda un reloj que marca horas, días y meses.
Y si buscas naturaleza, la Ruta del Agua es un paseo imprescindible. Tres horas rodeado de manantiales, río, molinos antiguos y sombra fresca. Todo ello forma parte de la Reserva de la Biosfera del Alto Turia, y da sentido a esa afirmación que escuché en el pueblo: «El agua es el tesoro de Chelva».
Al llegar, la Torrecilla te da la bienvenida desde lo alto, como una guardiana. Esta torre vigía ha sido ibérica, castillo almohade y defensa carlista, y todavía hoy parece observar a quien entra a la villa.
Chelva es mezcla, memoria y paisaje. Es un lugar donde las piedras cuentan historias y el agua las susurra.
Chulilla


Tomarme una horchata en una terraza del centro de Chulilla, después de perderme por sus calles blancas y empinadas, fue el respiro perfecto tras explorar el encanto del pueblo. Situada en la comarca de Los Serranos, esta localidad valenciana parece tallada entre las rocas del cañón del Turia. Sus casas blancas trepan por la montaña mientras las Hoces del Turia enmarcan el paisaje con una belleza salvaje.
Lo que más sorprende de Chulilla es la armonía entre su trazado urbano y la naturaleza que la rodea. Desde el castillo árabe que vigila desde lo alto, se dibuja un paisaje escarpado, repleto de barrancos, miradores y paredes verticales donde escaladores de todo el mundo encuentran su paraíso. Pero si algo se ha convertido en un clásico, es la Ruta de los Puentes Colgantes, un sendero suspendido sobre el cañón que conecta el pueblo con los secretos del río.
Perderse por el laberinto de callejuelas blancas es un placer en sí mismo. Cada rincón tiene una maceta colorida, un balcón de hierro forjado o una vista inesperada al valle. Fue justo en ese paseo, tras subir y bajar cuestas sin rumbo fijo, cuando encontré una pequeña terraza donde sentarme. Esa horchata fresca sabía a descanso, a premio por haber descubierto uno de los rincones más auténticos del interior de Valencia.
Además de su entorno natural, Chulilla conserva tradiciones culinarias como el ajoarriero, el rin-ran o la contundente olla de berzas. Es un destino que enamora por su mezcla de historia, naturaleza y sabor.
Cofrentes


Subir hasta el castillo de Cofrentes y ver cómo se juntan el Júcar y el Cabriel a lo lejos fue uno de esos momentos que te hacen parar y disfrutar del paisaje en silencio. Esta villa del interior de Valencia, en plena Valle de Ayora-Cofrentes, es una joya natural e histórica que sorprende al viajero desde el primer vistazo.
El pueblo se alza sobre un promontorio volcánico, lo que le da unas vistas únicas y una estructura urbana muy especial. Desde lo alto del Castillo de Cofrentes, una antigua fortaleza del siglo XI, se puede contemplar la confluencia de los dos grandes ríos del levante español, el Júcar y el Cabriel. Esa imagen, acompañada del silencio del viento y el verde del paisaje, se queda grabada.
Pero Cofrentes no es solo miradores. Tiene uno de los balnearios más antiguos de la Comunitat Valenciana, los Hervideros de Cofrentes, donde el agua brota cargada de minerales. Además, puedes hacer una ruta al volcán de Agrás, el único visible de la provincia, o embarcarte en un crucero fluvial por el cañón del Júcar, una experiencia tan relajante como espectacular.
Paseando por sus calles, el pueblo conserva ese ambiente de calma rural, con una gastronomía de montaña que incluye platos como la ollica cofrentina o los gazpachos serranos. Y si vas en agosto, no te pierdas las fiestas de la Asunción y San Roque, llenas de tradición y cultura.
Serra


Enclavado en pleno corazón de la Sierra Calderona, el pueblo de Serra es uno de esos lugares que te hacen entender el paisaje desde dentro. Con poco más de 3.000 habitantes y rodeado de montes escarpados, recorrer sus calles es como sentir cómo la vida se adapta al terreno, al bosque, a la historia. Más del 90% de su término municipal está integrado en el Parque Natural de la Sierra Calderona, lo que convierte a Serra en guardián de este entorno natural privilegiado.
Lo que más me impactó fue descubrir cómo su paisaje, tan verde y agreste, ha sido también sustento. Oficios tradicionales como aguaderos, picapedreros, apicultores o leñadores formaron durante siglos un sistema de vida vinculado a la tierra, al bosque y al agua. Un equilibrio respetuoso con el medio que hoy está casi desaparecido, pero que sigue presente en la memoria colectiva del lugar.
La transformación del paisaje, con la desaparición de esos oficios y el abandono progresivo de la actividad agropecuaria, ha cambiado la imagen de la sierra. Aun así, Serra conserva su esencia. Su casco urbano, construido adaptándose a las curvas del terreno, parece trepar por las colinas, ofreciendo miradores naturales a la plana de Valencia.
Serra está ubicada en un eje histórico-natural: el corredor Serra–Torres Torres, paso de caminantes, correos y ejércitos que cruzaban de la plana al interior, evitando largos rodeos. Aquí dejaron huella culturas diversas que, a lo largo de los siglos, se asentaron y moldearon la historia del pueblo.
Hoy, caminar por Serra es conectar con la naturaleza, pero también con su alma rural y sus antiguas formas de vida. Es uno de esos lugares donde el silencio de la montaña y la memoria del paisaje hablan claro al que quiere escuchar.
Requena


Bajar a las cuevas subterráneas del casco antiguo de Requena y escuchar las historias del vino envejecido allí me hizo entender de verdad la conexión del pueblo con su tradición vitivinícola. Situada en la comarca de Requena-Utiel, esta villa castellano-valenciana es un referente histórico y enoturístico en la provincia de Valencia.
El Barrio de la Villa, declarado Conjunto Histórico-Artístico, encierra arquitectura medieval, murallas, puertas góticas, torres y callejuelas empedradas que conservan su esencia árabe y cristiana. Bajo sus calles, las famosas Cuevas de la Villa, laberintos de origen árabe reconvertidos en bodegas con tinajas centenarias, reflejan siglos de elaboración y almacenamiento del vino.
Estas cuevas no son solo espacios subterráneos: son testigos de los siglos de enología local. Al bajar allí y escuchar las historias del vino envejecido, la conexión entre Requena y su legado vinícola cobra vida. Visitas como la Bodega Histórica de Murviedro ofrecen una inmersión total con catas en los túneles excavados en roca.
Requena es la cuna del vino de Valencia, con más de 18 000 hectáreas de viñedo y producción basada en la variedad tinto Bobal bajo la D.O. Utiel-Requena. Puedes descubrir más sobre su viticultura en la Bodega Redonda, un edificio modernista convertido en museo del vino y sede del Consejo Regulador.
Un paseo por sus rincones históricos revela iglesias góticas, antiguas puertas, palacetes y un patrimonio monumental impresionante. También destacan yacimientos como la Solana de las Pilillas, un conjunto ibérico con lagares excavados en roca, considerado uno de los centros vitivinícolas más antiguos de España.
Entre sus eventos más emblemáticos está la Fiesta de la Vendimia, que se celebra a finales de agosto y principios de septiembre. Incluye la Proclamación de la Reina, pisado de uvas, FEREVIN, Noche de la Zurra y fuegos artificiales: una celebración con sabor, música y tradición.
Ontinyent


Pasear por el barrio de la Vila de Ontinyent, con sus callejuelas y fachadas coloridas, fue una forma perfecta de descubrir el alma histórica del pueblo. Situado en la comarca de la Vall d’Albaida, Ontinyent no solo es uno de los pueblos más bonitos del interior de Valencia, sino también un rincón donde se mezcla lo medieval con lo moderno de forma natural.
El Barrio de la Vila, núcleo fundacional de la ciudad, es un entramado de calles estrechas y casas con balcones llenos de flores, donde cada rincón cuenta una historia. Caminar por allí es como viajar en el tiempo. Las fachadas pintadas en tonos vivos, los arcos góticos, y los detalles mudéjares convierten este barrio en una joya patrimonial.
Desde el Puente Viejo se obtiene una de las postales más emblemáticas de Ontinyent: el barrio de la Vila asomado sobre el río Clariano, con el antiguo molino y el cauce que serpentea entre vegetación. Muy cerca, el Palau de la Vila, actual sede del Ayuntamiento, recuerda el pasado señorial de la localidad.
Además de su historia, Ontinyent es muy conocida por sus tradiciones. La Fiesta de Moros y Cristianos, celebrada en agosto, es una de las más espectaculares de la Comunidad Valenciana, con desfiles, música de banda y una puesta en escena impresionante. Y si hablamos de naturaleza, el Paratge Natural de Pou Clar, con sus pozas cristalinas, es un lugar perfecto para refrescarse en verano.
Ontinyent es un lugar que se vive a pie lento, dejándose sorprender por su color, su historia y su gente. Cada paso por sus calles antiguas confirma que aquí el pasado no se ha ido: simplemente, sigue latiendo.
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